Los Felices

 

¿La felicidad es un lugar de llegada? En esta era de sobrevaloración de la felicidad y de negación de otros estados como la tristeza, la melancolía, la nostalgia (como si lo Feo no fuera condición de existencia de lo Bello!) yo le tengo miedo a la felicidad. 
Si, miedo. 
Un miedo físico, corpóreo.

Cómo si algún antiguo sopapo después de un helado de chocolate con almendras hubiera hecho que dos sensaciones que podrían ser antagónicas, o al menos experimentarse en situaciones muy distintas, quedaran abrochadas para siempre en mí percepción.

Pienso en la felicidad como un lugar estático, de goce pleno pero definitivo.

Ni deseo, ni m. Después de eso nadaovimiento, ni aprendizaje, ni lágrimas saladas rodando por los cachetes. 

Una noche de andar a caballo entre las chacras, una más de mis "se me hizo tarde", dejaba que el pingo solo me lleve de vuelta a casa.

El camino a la querencia.

Él sabía mejor que yo ese camino entre alamedas, en la oscuridad que no conoce los faroles del alumbrado público, y esa noche ni la luna vino a hacer el aguante.

Yo recostada en las ancas como un Luky Luck del tercer mundo, con todo el romanticismo de los 15 años, miraba las estrellas patagónicas y me dejaba llevar.

De un tiro salió un camión de una chacra que lo encandiló con las luces de frente, mí alazán torció la cabeza y perdió pie de costado, caímos los dos al desagüe que corría paralelo a la calle de tierra.

Yo salí de la ensoñación ya adentro de una zanja de barro de unos tres metros de profundidad, con apenas agua hasta los tobillos y el criollito alazán arriba de mí pierna izquierda. 

El descenlace fue más torpe que trágico, volver caminando los 5 kilómetros que faltaban por no querer montarlo antes de examinar a la luz su estado, el miedo de que algo grave le haya pasado, el peso de esa sentencia popular "si un caballo se quiebra hay que sacrificarlo" en mis oídos, la incertidumbre en su anatomía invisible cuando lo palpaba húmedo en la oscuridad.

El diagnóstico abajo del primer farol de la entrada: lo que chorreaba de sus cuatro patas, barro, lo que chorreaba de mí izquierda, sangre. 

Si solo me acordara en qué carajo iba pensando! ¿Tendría algo que ver con la felicidad?

 



Autor: Rocío Zanier Quintas

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